Historias de emigrantes (Los Rodríguez)
Alonso Rodríguez era de
nacionalidad colombiana, y aunque desconozco la fecha en que llegó a España,
presumo que fue desde muy joven por las historias familiares que he
escuchado. Se casó con una española y
tuvieron dos hijas y durante la Guerra Civil decidieron irse a vivir a Bogotá
junto con otras familias, entre ellas la mía. Sin embargo, el sueño de Alonso
era regresarse a su amada España y así lo hizo luego de ocho años.
En agosto de 1948, Alonso les
escribe a mis abuelos Manuel y Josefa (o como él los llamaba Enrique y Pepita)
una carta en la que les expresa “la verdad llana y limpia” de su travesía. Ahí
les recuerda que, aunque salieron de Bogotá a finales de agosto con la
intención de pasar la Fiesta del Pilar en Barcelona, la realidad fue otra,
puesto que “el bendito barco no llegó a Venezuela sino 16 días después de
estarlo esperando y gastando hotel; luego en vez de seguir a Europa fue a la
Habana y allí nos tuvo 18 días más haciendo de turistas mientras cargaba azúcar
para Europa”, ya cuando creían que por fin partirían a España, pues llegaron a
Curazao porque el barco debía cargar petróleo. Ahí duraron tres días, luego tres
días más en Tenerife, así hasta que el 14 de noviembre lograron desembarcar en
Barcelona.
A su llegada los esperaban dos
amigos y unos tíos, pero Alonso no encuentra la ayuda deseada: “Ninguno nos
ofreció su casa; y al Hotel a uno de mala muerte, de esos de a 1,00 peso en
Colombia”. Allí se quedaron durante
quince días dejando la suma de 5.250 pesetas correspondiente a parte de sus
ahorros. Luego partieron al pueblo del Pilar donde pasadas las navidades, Año Nuevo
y Reyes, Alonso decide regresarse solo a Barcelona en busca de trabajo.
Un mes duró buscando el tan
esperado empleo, recorrió todas las compañías de seguro en las que había
trabajado, pero sin suerte alguna y para colmo de males, la Delegación de
Trabajo otorgaba tan sólo una vacante a extranjeros en aquellos casos donde no
hubiese ningún español que pudiera hacerlo. Además, cuenta Alonso que a su
llegada le pusieron en el pasaporte “un flamante sello, que dice que no estoy
autorizado para trabajar en España”.
A pesar de las circunstancias
lleva a su familia a Barcelona a vivir en la casa de una tía que, a Dios gracia,
le ofreció el piso a cambió de compartir los gastos de alimentación. Sin
embargo, los precios eran extremadamente elevados para entonces y la familia
Rodríguez se va poco a poco quedando sin capital, por lo que Alonso toma una
decisión y la comenta: “en vista del “éxito” hemos tomado la resolución heroica
de volver yo solo a Colombia a volver a empezar; dejar la familia aquí hasta
septiembre, para que arregle Pilar algunos asuntos de herencias (…) y mientras
reunir fondos yo allá para pagar el pasaje de regreso. Pues para los extranjeros
o españoles residentes en el extranjero, que quieran salir de España, han de
pagar sus pasajes de dólares y eso aquí es como pedir el sol”.
Ya en su despedida Alonso le dice
a mi abuelo: “Recuerdas un domingo que leímos juntos una carta de tu tío de Sevilla
en un parquecito cerca de tu casa? Pues vuélvete a leer esa carta aumentándole
un 100% y tendrán la realidad. Y en síntesis mi querido Enrique no pienses por
un momento dejar Colombia; por lo menos que te sirva la lección y el
escarmiento en cabeza ajena”.
No sé qué sería de la vida de
esta familia, ya mis abuelos no están para contármelo, ahora nos queda un papel envejecido por el paso del tiempo que cuenta un pequeño fragmento de una historia familiar. Cada emigrante tiene
la suya, algunas buenas y otras no tanto, pero, a fin de cuentas, cada
una refleja un retazo de vida.
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